LA VISITA DEL SEÑOR
JESÚS
(el sueño del zapatero Martín)
basado en un cuento de León Tolstoi
(el sueño del zapatero Martín)
basado en un cuento de León Tolstoi
Una noche después del trabajo se puso a leer su
Biblia, y pensó: «¿Qué haría si se presentara el Señor en mi casa?» Quedó
dormido con estos pensamientos hasta que le despertó una voz:
—Martín, Martín. Mañana vendré.
Al día siguiente el buen zapatero estaba inquieto
porque esperaba la visita del Señor. A través del ventanuco que daba a la
calle vio los pies del anciano Stepanich que paleaba la nieve. Martín golpeó
la ventana con los dedos y lo hizo entrar para que se calentara y bebiera un
poco de té.
—Gracias Martín Avedeitch —dijo el anciano cuando
marchaba—. Me has dado alimento y confortación al cuerpo y al alma.
Era ya mediodía cuando dio comida y ropa a una
forastera desaliñada que llevaba a su bebé en brazos. La pobre mujer rompió a
llorar cuando aquel anciano al que no conocía de nada le ofreció también su
propio capote y unas monedas.
—El Señor te bendiga, buen hombre, —musitó
sollozando al abandonar la pequeña estancia.
Era ya tarde entrada y el Señor Jesús no había
venido. Martín vio cómo un niño harapiento robaba a una anciana una manzana
de su cesto. Ésta le había agarrado y le tiraba de los pelos.
—Déjalo, abuela. No lo hará más —intervino Martín
La anciana lo soltó.
—¡Pide perdón a la abuela! Y no lo hagas más. Te vi
robar la manzana.
El niño rompió a llorar y pidió perdón.
—Así me gusta. —Martín tomó una manzana del cesto y
se lo dio al muchacho.
—Aquí tienes una manzana. Yo te pagaré, abuela.
—Merecía que lo azotaran para que se acordara toda
una semana —contestó la anciana.
—Abuela, abuela. Eso es lo que queremos nosotros. No
lo que quiere Dios. Si debemos azotarlo por robar una manzana... ¿qué
mereceremos nosotros por nuestros pecados?
Y el niño se ofreció ayudarla a llevar el saco
porque iba por el mismo camino. Y marcharon juntos, el niño con el fardo de
manzanas y ella apoyada en su hombro. Martín regresó a su zapatería y terminó
el trabajo del día, y al volver a abrir su Biblia creyó oír rumor de pasos en
el oscuro rincón. Escuchó una voz al oído.
—Martín, Martín... ¿No me conoces? —Y del rincón
salió Stepanich que le sonrió y se disipó como una nube.
—Soy yo —repitió la voz—. Y de la oscuridad, surgió
la mujer con el niño que también se desvaneció en las sombras.
—Soy yo —volvió a oír— y vio a la anciana y al niño
con sus manzanas que sonreían y desaparecían.
Y Martín comprendió que el Salvador le había
visitado tres veces ese día.
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